No obstante, lo público es polisémico, ya que también se usa por antonomasia para declarar discursiva y materialmente la apertura de lo político y las coordenadas que convocan a anunciarse, presentar demandas e interpelar al poder, como veremos más adelante.
Probablemente, este marco sólo es válido para las sociedades atravesadas por la modernidad. El concepto público ya existía mucho antes, siendo el mundo romano y su res publica (Beard, 2016) o la ágora griega (Pérez & Ruiz, 2017), los ejemplos más claros, pero no se pueden entender desde los parámetros ontológicos actuales.
La Geografía Humana ha tratado ampliamente la introducción del enfoque de género en su disciplina (García-Ramon, 1989; García-Ramon et al., 2014; Massey, 1994; McDowell, 1999; Sabaté et al., 1995; Women and Geography Study Group, 1997; Women and Geography Study Group of the Institute of British Geographers, 1984; Universidad Autònoma de Barcelona & Universitat de Girona, 1989, 1995, 1999, 2007).
De nuevo, las características y espacios que definen lo femenino y lo masculino varían de una sociedad a otra (Osborne & Petit, 2008), pero aquí tomaremos el contexto espaciotemporal occidental, que asocia lo masculino a la razón, a lo productivo, la independencia, la valentía, la seguridad y la acción y, por oposición, lo femenino a la emoción, a los cuidados, la pasividad, la humildad, la seducción o la debilidad.
A pesar de esta normativización en base al género, el espacio público también puede ser un medio para salir de la asfixiante atmósfera del hogar y practicar cierta libertad (Cedro, 2016).
La casada, según Fichte, "carece de consideración pública. Su vida transcurre en el ámbito privado, en la casa" [cursivas del autor] (Cruz, 1992). Por su parte, Solnit (2015) reproduce muy acertadamente la atmósfera de regulación y coacción que se vive en la esfera pública en su capítulo "Caminando después de medianoche: mujeres, sexo y espacio público".
Este extremo, en el que no nos extenderemos, es muy interesante, pues establece el cauce democrático, no en el debate y participación, sino en el consenso. Se trata de una visión formal(ista) de la democracia que simplifica lo público al identificarlo con la resolución no violenta de las controversias (García Canclini, 1996). La lógica de consenso inherente a los mecanismos de gobernanza tiende a anular la posibilidad del conflicto, excluyendo la participación de aquellos actores más críticos (Grau-Solés, Íñiguez-Rueda y Subirats, 2011).
La apelación a lo que por norma se entiende por una casa pública de mujeres es clara. Esta alusión permite reapropiarse el concepto y la soberanía sobre qué es una mujer pública (o una casa pública de mujeres), a la vez que sirve para visibilizar y criticar de qué manera se produce la mujer en (lo) público.
Los movimientos sociales, por ejemplo, movilizan y construyen bienes públicos, porque al formular un reto al sistema político institucional buscan hacer algo por el interés general -el interés (del) público- que se ha visto desatendido o ignorado por éste. De hecho, el éxito de los movimientos sociales se identifica con la capacidad de incidencia en la agenda política, por medio de inventar un espacio político propio (López, 2002, p. 129). La toma de edificios puede, igualmente, liberar bienes públicos secuestrados e infrautilizados por el sector privado (Hernández & Campos, 2003).